En esta semana recibimos a un pequeño huésped de 5 años: mi primo Sebastián.
Sebastián es un chico que no se queda quieto, y siempre está haciendo una o varias cosas al mismo tiempo.
A mi hermano y a mí, nos causo cierta gracia que tomara la chocolatada con endulzante, que le guste la terma con soda, y que le tenga tanto miedo a las escaleras.
Propio de su curiosidad subió al piso de arriba buscándolo a su compañero de juegos, mi hermano Jorge. Pero bajo las escaleras a “upa” de él, para seguir jugando.
En la cena, se comió con
locura unas 5 o 6 milanesas de pollo con mayonesa light, y modifico nuestra programación televisiva nocturna. Y, también, creyó que mi papa estaba desnudo, por el simple hecho de no tener una remera puesta.
En la noche, mi mama, tuvo que secuestrar la PlayStation de la pieza para que se pueda dormir, fue hasta su habitación unas 3 o 4 veces argumentado que no podía dormir porque tenía sed, o quería que le devolviera la consola de juegos.
Además, le hizo “cerrar la boca” a mi hermana, como así también, se asusto un poco al verla llorar; por desaprobar una materia.
Cuando se fue, vi la casa tan desarmada como desde hace mucho tiempo. Autitos y pistas desparramados por el piso de la cocina, el monopatín en el pasillo, cables alborotados, y la cama desarmada. Así como nosotros (mis hermanos y mis primos) le dejábamos la casa a nuestra abuela, en estas mismas condiciones.
De eso se trata todo, de aprender a escuchar a un chico de 5 años, o de
entender un poco más sobre ellos…
De aprender a tener paciencia, y de saber que no siempre los grandes tenemos razón en todo.
Que la cabeza a veces no necesita pensar en mucho para saber qué hacer.
Que necesitamos de nuestros “compañeros de juego” cuando mama y papa no están cerca.
Que debemos permitir que nos mimen un poco, y también a veces, necesitamos extrañar.
Que cambiar un poco de casa y familia, nos ayuda a
entender que lo diferente no es malo, o vulgar. Que es otra perspectiva, tan normal como la que tenemos siempre.
Que hay que probar cosas nuevas para que nos guste, y también necesitamos que nos “castiguen” por excedernos en confianza.
Que reír esta en nuestros planes naturales de la vida… dejemos el endulzante de lado, y disfrutemos de la dulce vida.